Todos alguna vez en nuestra vida, nos toparemos con la latente realidad de que jóvenes, adolescentes o niños, se acercarán a nosotros en busca de un consejo, una palabra de aliento o esperanza. Tenemos que prepararnos eficazmente y ser capaces de dar esa palabra “necesaria” que ayude un poco más en la vivencia personal de cada uno. Obviamente, antes de que nos pidan un consejo, ya se pasó un proceso en que nos ganamos la confianza de la otra persona, pero es indispensable darles aún más de lo que ellos esperaban.
1. Buscar el lugar más adecuado. No donde nos sintamos cómodos nosotros, sino la persona que nos quiera platicar su situación. Es recomendable hacerlo en un lugar donde no haya interrupciones de ruido u otras personas.
2. Dejar que hablen lo suficiente. Entender que en esos momentos, lo más importante es la persona que está hablando. Puede haber mil pendientes o una fila interminable de jóvenes, pero en esos momentos, la persona con la que hablamos, se vuelve nuestro momento más importante y trascendente. No hay que interrumpirle ni estar viendo el reloj continuamente.
3. Hablar hasta que haya terminado de contar toda su situación. Dar puntos clave sin “enrollarnos” ni salirnos del tema, lo que ellos necesitan son cosas concretas para aplicar, obviamente aparte de un ánimo y una palmadita en la espalda.
4. No juzgar lo que no hemos vivido. Recordar que somos simples instrumentos al servicio de Dios. Entender y ponernos en los zapatos del joven o adolescente y ser coherentes con lo que platica. No opinemos sin antes conocer todo lo que encierra el problema o la circunstancia.
5. No plantear todo lo que “no se puede hacer”, sino las posibles soluciones que “sí se pueden hacer” a partir de la situación. Hablarles y tratar el problema como algo normal y común que le puede suceder a todos, inclusive a nosotros mismos y darles ejemplos (sin mencionar nombres) de otras personas que han vivido lo mismo y han salido adelante.
6. Convertirnos en un amigo de ellos. En esos momentos, romper paradigmas y ser verdaderos amigos, “cuates”, etc. Dos personas que comparten los mismos ideales. Que no nos vean como personas más arriba que ellos.
7. Utilizar un papel y una pluma para dibujar o escribir puntos importantes que él pueda llevar a su casa, con el fin de recordar y poner en práctica los principios aprendidos. Asegúrate que la orientación no quede en “palabras bonitas” unicamente.
8. No desanimarnos si no hubo un cambio inmediato a la primera orientación o cita que tuvimos con esa persona. Muchas veces, el resultado de nuestras palabras, se ven con el paso de los meses o años. Pero todo esfuerzo por poco que sea, es recompensando en grandes cantidades. Acuerda una nueva orientación, dependiendo del caso, en una semana, o tres días.
9. Después de la orientación, no dejarnos llevar por lo que pudo platicar, en nuestro trato con él, en las demás actividades. Lo que se platica en esos momentos, ahí se queda. El valora mucho nuestra ética y profesionalismo en ese aspecto.
Pero sobre todo, nunca abandonar o retrasar la ayuda a una persona que nos lo pide. Estar siempre pendientes de cuando alguien quiere platicar, porque ese deseo que él tenga luego puede desaparecer. Hay que formarnos, leyendo, platicando, conociendo y preguntando, para ser grandes consejeros de jóvenes. La práctica hace el maestro, pero con la ayuda de Dios, las palabras llegan por sí solas. Éxito y que Dios les bendiga.
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